«Por la felicidad de los muertos», de V. Despret

Reseña

Despret, Vincienne (2015). Au bonheur des morts. Récits de ceux qui restent. París: Les Empêcheurs de Penser en Rond / La Découverte. ISBN 978-2-35925-125-8.

Belén Jiménez Alonso (Université Nice Sophia Antipolis)

José Carlos Loredo Narciandi (Universidad Nacional de Educación a Distancia)  

Despret

 

La filósofa y psicóloga belga Vinciane Despret indica en su último libro, Por la felicidad de los muertos. Relatos de aquellos que se quedan, que el proceso del duelo (faire le deuil) se ha convertido prácticamente en una obligación, en una especie de deber de “protección psíquica” que, además, concierne sólo al vivo. El objetivo de afrontar la muerte de un ser querido de acuerdo con unas etapas definidas por las ciencias psi es asimilar el fallecimiento y superarlo relegando al fallecido al mundo de los muertos. Sin embargo, muchos fallecidos se resisten a dejar de existir y los vivos establecen con ellos relaciones que les dotan de un estatuto ontológico tan problemático como interesante. Despret nos recuerda que el origen de la creencia en que los muertos dejan de existir hunde sus raíces en lo que Max Weber llamó el desencantamiento del mundo (no le menciona pero recoge la idea), y en concreto en el positivismo de Auguste Comte y todo un proceso histórico reciente en virtud del cual los discursos científicos –y especialmente los psicológicos– han ido progresivamente penetrando en la vida común y disciplinando las diferencias e incluso la “irracionalidad” misma (tampoco hay referencias a los trabajos de Michel Foucault, pero pueden advertirse concordancias evidentes). Ello ha conducido a una situación en la que la ortodoxia psicológica señala que “se debe hacer el trabajo del duelo”, un trabajo merced al cual los muertos gozan de existencia sólo en la memoria de los vivos. Lo único que debe hacer el difunto es hacerse olvidar. Ahora bien, este tipo de olvido casi constituye la excepción más que la norma, pues los muertos se obstinan en hacer otras cosas, y en concreto hacen hacer a los vivos. Efectivamente –afirma Despret–, si no cuidamos de los difuntos, si no nos ocupamos de ellos, se mueren. No los olvidamos porque se hayan muerto, sino que se mueren porque los olvidamos. De hecho, son numerosas las personas que continúan explorando las relaciones con sus muertos, y de una manera con frecuencia original. Esto les confiere una especie de prórroga de existencia; de algún modo, hace que sigan viviendo, aunque sea de otra forma distinta a como vivían antes, con otra modalidad ontológica. En todo caso, se trata de un proceso que no se ajusta al trabajo de duelo presupuesto por los discursos psicológicos hegemónicos.

Despret subraya que los muertos reclaman nuestra ayuda para llegar a esa otra forma de existencia: a menudo piden ser acompañados en la realización de tareas que les van a permitir continuar existiendo, aunque de modo diferente. Ahora bien, esta existencia no es inventada, porque no es el vivo quien la construye o fabrica; simplemente la instaura, con lo cual también se somete a sus condiciones. El vivo ayuda al muerto a convertirse en lo que ya es, acogiendo así la petición que le hace: “A diferencia de los términos ‘construir’, ‘fabricar’ o ‘crear’, que nos son tan familiares, el de ‘instaurar’ obliga a no precipitarse demasiado rápido sobre la idea de que aquello que se fabrica estará totalmente determinado por quien ha asumido la realización o la creación de un ser o una cosa. El término ‘instauración’ indica, o mejor, subraya el hecho de que traer una entidad a la existencia entraña una responsabilidad por parte de quien la instaura: la de acoger una determinada demanda” (p. 16).

Es posible que el lector de esta reseña, si no la ha tirado a la papelera pensando que se trata de un libro magufo, se esté formulando la siguiente pregunta: ¿acaso los muertos existen “realmente”? Despret también la tiene en cuenta y la responde: “Por supuesto, su realidad no es la misma que la de las montañas, las ovejas o los agujeros negros […]. Su poder para actuar, o más bien para hacer actuar [a otro], su capacidad para imponerse desde el ‘exterior’, refleja la efectividad de su presencia” (p. 17). A este respecto son evidentes –y explícitas– las afinidades de la autora con Isabelle Stengers, Bruno Latour o Tobie Nathan, quienes desplazan las preguntas ontológicas hacia cuestiones epistemológicas y prácticas que no implican –al menos de entrada– juicios sobre la correspondencia entre creencias y realidades externas. De hecho, en el libro se reitera que plantear la cuestión de los muertos en términos de creencias equivale a desenfocarla. No hay que apelar a causas inconscientes u objetivas de unas creencias supuestamente falsas (ya sean causas intrapsíquicas o socioculturales), porque ello significaría colocarse de antemano en una posición de superioridad experta respecto a los sujetos investigados y perderse lo más interesante que éstos pueden ofrecer, a saber: versiones de los fenómenos que enriquezcan nuestra comprensión de los mismos y nuestra capacidad de transformarlos. Se trata, en definitiva, de entender antes que de explicar. Despret subraya la necesidad de lo que en un momento dado llama “tacto ontológico”, consistente en cuidar “lo que confiere a una situación su poder de existir” (p. 32). Se pierde tacto ontológico cuando se supone que algunos componentes de un fenómeno son más reales o explicativos que otros. Así pues, el libro de Despret no es sólo un estudio sobre cómo los muertos siguen vivos, sino también una especie de manifiesto que reclama una metodología cualitativa de investigación, como las entrevistas para obtener relatos (récits), y particularmente una forma de investigar que no busca explicar sus objetos de estudio –los sujetos–, sino tratarlos “aprendiendo de ellos y con ellos las buenas formas de hablar [de la cuestión investigada]” (p. 46). Como ya señalamos, Despret se distancia de la perspectiva del desencantamiento, que pretende descubrir las causas (sociales, culturales o psicológicas) de las creencias sobre los muertos. Entre otras razones para distanciarse de esa perspectiva se encuentra el hecho de que las propias personas que experimentan las relaciones con los difuntos no definen su experiencia en términos de un sistema binario. No suelen plantearse si los muertos existen de verdad o son un producto de su imaginación. Despret señala que si preguntamos a esas personas si creen en los fantasmas probablemente respondan que no, ofreciendo así la respuesta racional que se espera de ellas. Las ciencias –recuerda la autora– tienen efectos sobre la manera en que la gente experimenta sus relaciones. Por tanto, en la medida en que las ciencias afectan a las formas en que su entorno va a acogerlas, son ya una parte integrante de tal entorno. Por eso Despret define su planteamiento como “ecológico”, en el sentido de que su investigación se pregunta por las condiciones de existencia de lo que se estudia. Por tanto, la cuestión del entorno o el medio (milieu) es crucial en su trabajo. Por supuesto, de la misma manera que la investigación tiene efectos sobre las personas entrevistadas, las entrevistas tienen efectos sobre Despret y su investigación. Pero, lejos de intentar neutralizar estos efectos, ella se deja guiar y aconsejar por los entrevistados para explorar nuevos temas o consultar fuentes de información novedosas y alternativas (en alguna medida el trabajo de Despret recuerda a las experiencias artísticas de la francesa Sophie Calle). De aquí quizá que su investigación se acompañe de otro estudio en paralelo en el que trata de (re)constituir el relato que su padre le contó sobre la muerte de su tío abuelo en un accidente ferroviario; un relato que le contó en numerosas ocasiones y atravesó varias generaciones. No sabemos si esta historia personal motiva la investigación de Despret, pero se alterna con el estudio de los relatos de los difuntos desde el primer capítulo; en realidad, saberlo tampoco es relevante. En definitiva, este libro permite descubrir relatos sobre muertos que siguen vivos gracias a nosotros, así como explorar algunas de las concepciones sobre la muerte y los difuntos favorecidas por ciertos contextos históricos (como las condiciones decimonónicas para la aparición del espiritismo). Además, permite reflexionar sobre la manera de hacer ciencia desde una perspectiva epistemológica, teórica y práctica. Por supuesto, también nos ofrece un bello ejemplo de la necesidad de contar historias, de dar sentido con ellas y de indagar en aquello que nos mantiene vivos.    

Vinciane Despret
Vinciane Despret