Englested, Niels, Catching Up With Aristotle. A Journey in Quest of General Psychology. Springer International Publishing, 2017.
Por Edgar Cabanas y José Carlos Sánchez
De la psicología se ha dicho que es un “zoo intelectual”, una “ensalada teórica”, un “puzzle sin imagen”, una ciencia de no se sabe qué y, por tanto, una disciplina que si es científica lo sería de iure, no de facto. Entonces, ¿el problema es que la psicología todavía no sabe cuál es su dominio, su objeto de estudio, o es que ni siquiera puede llegar a saberlo? Lo primero parece ser cierto, de ahí su consabida crisis. Lo segundo es más difícil de responder. Cabe preguntarse si la psicología misma, desmembrada y siempre sobre arenas movedizas, es ella misma la apropiada para resolver sus propios problemas, porque si bien posee formulaciones teóricas y contribuciones experimentales sólidas e irrenunciables, necesitaría conjugar resultados dispersos, pulir errores y atar muchos cabos sueltos. También cabe preguntarse si a la propia psicología le interesa resolver su propia crisis, pues, como pulpo sin cabeza, su carácter predominantemente contradictorio y ligero es precisamente lo que le permite extender sus muchos tentáculos sobre cualquier aspecto de la vida cotidiana, sin fricción aparente: la psicología, de hecho, es la única disciplina que tiene algo que decir sobre prácticamente todo. Sea como fuere, parece que a la crisis de la psicología con mayúsculas (aquella que, irónicamente, no encuentra su propia cabeza), ha venido a añadirse una nueva crisis, menor pero no por ello menos importante: a saber, la de no hablar en absoluto de crisis en psicología.
La eliminación progresiva de la propia Historia de la Psicología dentro de la disciplina, sin duda, ha venido a acrecentar esta crisis por omisión. Sin embargo, no parece haber ya excusas para no hablar de crisis —ni siquiera el manido pretexto de que es una “ciencia joven”, ambos cuestionables. Sin salir del embrollo en el que la psicología está instalada desde su fundación, o mejor, sus fundaciones, pues ya se ha inaugurado más de una vez, el destino que le aguarda es similar al de un personaje en una escalera de Escher, sentenciado a dar vueltas sobre sí mismo, sin dirección, ni sentido, ni tiempo —y, por tanto, condenado a repetir la historia una y otra vez. Además de reconocerla, para salir de sus crisis es necesario que la psicología clarifique cuestiones clave y resuelva profundas brechas conceptuales. Para ello, y como ya hiciera Karl Bühler hace casi un siglo, Engelsted propone que un buen paso en este sentido requiere de una Psicología General que sea capaz de explicarle a la psicología de “qué” es o debe ser ciencia, es decir, capaz de encontrar esa “célula” propiamente de la psicología de la que hablaba Vygotsky (la cabeza del pulpo). Quizás sea mucho pedir, pero puestos a buscar las llaves bajo la luz de la farola, mejor bajo un foco amplio y que apunte en una dirección razonable. La Psicología General que propone Engelsted cumpliría, no sin varios “peros”, ambos requisitos.
Engelsted acierta en proponer que esta Psicología General ha de ponerse al día con Aristóteles. No tanto recuperarlo, porque nunca se fue: seguimos discutiendo sobre muchas cuestiones que él mismo dejó abiertas e irresueltas, lo sepamos o no. La cuestión entonces es ponerle al día, y para ello Engelested propone conjugar Aristóteles con Darwin, Brentano y Leontiev. Lo que está en juego, señala, es poner en pie una ciencia epistémica y naturalista que, sobre una “teoría de la acción” que tome en serio el indivisible tándem sujeto-objeto, halle en la evolución el anclaje necesario con el sustrato biológico y ecológico de la acción (aunque con el ojo puesto en evitar el reduccionismo biológico), además de incorporar la semiótica como sistema privilegiado de construcción de lo cultural vis a vis el sustrato psicológico (con el ojo siempre puesto en evitar que esta última cuestión termine deslizándose por la peligrosa pendiente del construccionismo social). Engelsted también acierta en enfatizar el papel crucial del comportamiento para explicar la evolución, así como en abordar la psico-lógica que subyace a conceptos clave como sentisciencia, intencionalidad, mente y consciencia humana. Otro acierto es recuperar el interés teórico de la psicología por la fenomenología, el papel crucial de la historia para la propia disciplina, y la dialéctica como patrón de razonamiento en la resolución de brechas o saltos conceptuales.
Se echa de menos, sin embargo, la presencia de John Dewey y de otros funcionalistas americanos en el libro de Englested, todos ellos con más Aristóteles y Darwin en sus obras que otras escuelas y corrientes psicológicas mencionadas por el autor, y que abordaron como pocos las nociones centrales que propone el libro como pilares para edificar una Psicología General; de hecho, la forma en que Engelsted desgrana la noción de intención con el fin de incorporarla como factor explicativo dentro del clásico esquema estímulo-repuesta recuerda mucho a la conocida crítica de Dewey del “arco reflejo”. También se echa de menos algo de discusión sobre qué es la ciencia, pues Engelsted parece darlo por supuesto, y esta cuestión ni está clara, ni parece que dejarla irresuelta ayude a dirimir si la psicología es o no una ciencia, independientemente de que la primera resuelva o no sus propios problemas.
Añadir que, además de clarificar y resolver, para poner en pie una Psicología General sería también necesario soltar algo de lastre. Esto no consiste tanto en renunciar a algunas escuelas psicológicas, cuyo enfrentamiento dialéctico, teórico y metodológico es clave para componer este marco teórico general (siempre teniendo en cuenta que la verdad no es una cuestión de sumar verdades parciales, sino de conjugarlas). Consiste más bien en abandonar ciertas asunciones dogmáticas y tiránicas, desprendiéndose de esa dominante tendencia topológica empeñada en localizar más que en trazar, obstinada en reducir los procesos a eventos, la acción a movimiento, y el tiempo a lugar. Esta tendencia ahistórica, atemporal, y por tanto, estática, que puede que sirva para diseccionar con precisión de cirujano y calcular con rigor de matemático, pero únicamente cuando opera sobre organismos que parecen inertes y sin entorno, sin historia, ni historias, sin génesis, y a veces incluso sin organismo (tan propio del “cerebrocentrismo”), es decir, sólo precisa y rigurosa cuando opera sobre sus propias abstracciones (hechas a su medida), enquista y conduce irreversiblemente, con la tozudez de las escaleras de Escher, hacia los ya conocidos callejones sin salida del dualismo.
Compartimos, por tanto, la propuesta general de Engelsted de que hace falta una Psicología General, que no generalista (amplia pero superficial), sino realmente general, es decir, sistemática y capaz de conjugar principios que sirvan para justificar tanto el dominio que dibujan como las soluciones que dan a ese mismo domino. El libro propone, sin duda, un interesante camino a seguir, aunque echemos en falta una explicitación más completa y más sistemática de los principios por los cuales ese dominio debe delimitarse, clarificarse y articularse.