El Desván de Psi
Por Iván Sánchez-Moreno
Si están pensando en regalarle algo significativo a ese típico sobrinito asilvestrado que acaba siempre saboteando la cena de Navidad, no duden en hacerse con un Bobo Doll de tamaño natural. Aunque sea un producto muy popular en el mercado explotado por bebés –en su caso, con un sonajero dispuesto en su interior que suena con cada balanceo, captando así la atención del pequeño–, existen modelos de todo tipo, color y dimensiones. Por si no lo conocen, se trata de un muñeco de base semiesférica que actúa de contrapeso a cada movimiento, de modo que al zarandearlo vuelva de nuevo a su posición inicial. En los tres cuartos superiores, su cuerpo es mucho más ligero, siendo más abultado en la base y asemejándose por ello a una pera de proporciones mayestáticas. Generalmente se fabrica con plástico o vinilo o cualquier otro material lo suficientemente suave como para ser manipulado por niños. Este juguete tuvo su máximo auge en la década de 1960 bajo una patente norteamericana de la marca Hasbro como una variante del tentetieso inflable de unos cinco pies de altura, caracterizado con las pinturas de un payaso. En otros países fue llamado Don Pipo o el payaso Toto y Tolo.
Su origen, sin embargo, se remonta a la dinastía Tang (entre los siglos VII-X), conocido con el nombre chino de Budaoweng, término que podría traducirse buenamente como “el viejo que nunca se cae”. No sería hasta el siglo XVIII cuando Jean Ramponneau lo exportó a París bautizándolo con su propio nombre. Pero el juguete no obtuvo entonces el éxito que había alcanzado el sobrecogedor nivel de ventas de guillotinas en miniatura unos años antes.
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