CRÓNICA DEL XXXIII SYMPOSIUM DE LA SEHP (Sevilla, 19-21 de mayo de 2021)

CRÓNICA DEL XXXIII SYMPOSIUM DE LA SEHP (Sevilla, 19-21 de mayo de 2021)

Jorge Laguna (Universidad Autónoma de Madrid)

Una vez más, la Sociedad Española de Historia de la Psicología se ha reunido en su simposio anual. Aunque ha sido un simposio algo excepcional. Desde el primer simposio de la Sociedad en 1988, no había pasado un año sin que esta sociedad celebrase su encuentro anual hasta el pasado 2020, año en que tuvo que cancelarse debido a la crisis del coronavirus, como apuntó el presidente saliente de la sociedad, Juan Antonio Vera, durante la sesión inaugural. Este ha sido, por lo tanto, el primer simposio que, desde entonces, acumula un periodo de dos años desde la celebración del anterior.

Y hay un detalle más que podría mencionarse: el encuentro se ha celebrado en su totalidad por videoconferencia. El objetivo era, no obstante, mantener la normalidad a pesar de las excepcionales circunstancias. Desde el principio del evento quedó establecido un ethos que el presidente Juan Antonio Vera resumió muy bien diciendo que, «aunque sea así, lo importante es reunirse», y que vendría a repetirse como un eco durante el desarrollo del evento. Aun en tiempos de crisis, es necesario hacer un esfuerzo por mantener la costumbre de intercambiar los frutos del trabajo como investigadores y docentes, puesto que dicha costumbre no es banal, sino que, por el contrario, puede ser incluso un factor determinante a la hora de elegir esta forma de vida.

La mayor parte de los temores con los que muchos pudieran haber empezado el simposio se disiparon, seguramente, bastante rápido. A pesar de lo novedoso del evento, todo se desarrolló por buen cauce, lo que les valió numerosos y merecidos agradecimientos a Gabriel Ruiz y Natividad Sánchez, los organizadores del evento. El medio cibernético no pareció aguar el habitual entusiasmo ni el interés con los que los participantes abordan cada año este evento.

En la primera mesa, el equipo de la UNED presentó cuatro ponencias trabadas entre sí desde un principio en torno a un esquema que Jorge Castro, moderador de la mesa, presentó a su inicio: se trataba de mostrar las relaciones entre la psicología, la reflexión estética y la teoría social entre el siglo XVII y el XX. Rubén Gómez Soriano nos mostró sobre un elaborado fondo visual cómo las representaciones de los grandes simios que se realizaron en Europa a mediados del siglo XVII decían más del tipo de sociedad que las producía que de las especies que trataban de representar. Las otras tres ponencias dieron un salto en el tiempo: Jorge Castro nos presentó la figura de Jean-Marie Guyau y su justificación psicológica de la solidaridad social; Marco Bernal nos reveló la relativamente desconocida figura de Elisabeth Kemper Adams, ilustrando por medio de uno de sus poemas su visión de la experiencia estética como hecho cotidiano; y, finalmente, Elena Hidalgo Romero nos mostró el modo en que la perspectiva del cineasta Val de Omar se ancla en categorías psicológicas.

La segunda mesa incluyó por motivos logísticos una ponencia que figuraba inicialmente en otra mesa, y que, sin embargo, encajó muy bien en su mesa de destino.  Esta mesa, centrada en la historia de la psicología en España, reunió varias ponencias que plantearon, cada una a su manera, alguna reflexión sobre la tarea del historiador. Javier Bandrés cuestionó la visión limitada de la época franquista en España como una época de estancamiento intelectual, sirviéndose para ello de la Revista de filosofía del CSIC. Juan Antonio Vera cuestionó la historia de los «grandes Hombres» a través de las «vidas paralelas» de dos figuras: Ángel Garma Zubizarreta y José Manuel Rodríguez Delgado, y haciéndolo concluyó que la historia siempre se ve afectada por quién la hace, y no solamente por aquellos cuyas vidas y obras relata. Por su parte, Arthur A. L. Ferreira, en una comunicación realizada con Hugo L. R. Silva da Rosa, puso en cuestión la historia más convencional de los laboratorios psicológicos, y, tomando como ejemplo el caso de Brasil, propuso un enfoque historiográfico más sensible a las relaciones de los laboratorios psicológicos con instancias sociales e intereses más allá del mero progreso científico.

La tarde incluyó dos mesas que continuaron con la historia localizada de la psicología; en España, la primera, y en Iberoamérica, la segunda, que, por ajustes del programa, finalmente se vio reducida a una comunicación sobre la Sociedad Peruana de Historia de la Psicología, realizada por Miguel Barboza-Palomino y Tomás Caycho-Rodríguez. A esta última comunicación le siguió una breve intervención de Walter Arias, presidente de dicha sociedad. De la primera mesa, cabe destacar la ponencia que presentó Javier Martínez Dos Santos, a través de la cual supimos que las traducciones que se realizaron al español de las obras de Pinel y Esquirol en la primera mitad del siglo XIX canalizaron una transformación adaptativa de las mismas a los esquemas teóricos de recepción de la psiquiatría española.

El segundo día comenzó con dos mesas dedicadas a la historia de las mujeres en psicología. Poniendo algunos ejemplos, Angélica Gutiérrez González nos habló sobre el discurso inculpatorio en madres de hijos con autismo, denunciando el prejuicio machista que subyace a la costumbre de atribuir la causa del autismo a una falta de atención y cariño por parte de las madres. Ana Fernández-Roldan presentó los prolegómenos de una investigación que buscará encontrar en la obra de María Zambrano los indicios de una forma de ejercitarse espiritualmente que hunde sus raíces en la filosofía de los antiguos griegos.

La primera mesa de la tarde estuvo dedicada a la psicología de la inteligencia y de la educación en las primeras décadas del siglo XX. Génesis Núñez presentó una comunicación, realizada con Annette Mülberger, en la que destacó el importante papel que el gremio del profesorado tuvo durante la Segunda República en la definición y selección del niño superdotado.

La última mesa del día incluyó los temas que no pudieron ser clasificados en otras mesas. Adelantando cosas de la conferencia que acabó cerrando el evento, nos contó Enrique Lafuente que su maestro, Pinillos, solía decir que, a la vista de las consecuencias de la muerte de Dios, quizá había llegado el momento de pedirle que resucitara. En este simposio poco faltó para que diéramos a Dios definitivamente por muerto –y, en consecuencia, para haber tenido que plantearnos si pedirle o no que resucitara– si no hubiera sido por la oportuna intervención de Francisco Pérez en la última mesa del día, quién nos presentó su ponencia, realizada con María Peñaranda-Ortega, sobre la vida de Sor Elena Aiello y sus episodios de sudor sanguíneo. Por medio de esta comunicación tuvimos constancia de los diagnósticos médicos y psicológicos que compitieron en su momento con las explicaciones sobrenaturales de este fenómeno. Florentino Blanco y yo presentamos una ponencia sobre la psicología de la caricia, en la que partimos de las fenomenologías de la caricia de Ignacio Martín Baró y de José Gaos para formular, a partir de ellas, una propuesta que cuestionase la idea de que la reciprocidad es el único fundamento posible de la acción ética.

El último día estuvo dedicado a trabajos relacionados con la historia de los sistemas teóricos en psicología. Por la mañana, Juan Hermoso nos mostró sobre un bello fondo pictórico las disquisiciones que se dirimían en la sociedad metafísica de Londres en torno a la polémica entre el idealismo y el intuicionismo que dividía a sus miembros, destacando el papel de Herbert Spencer, quien, si bien no aceptó la invitación para formar parte de la sociedad, tuvo una influencia indirecta pero importante. René Van Hezwijk realizó su segunda ponencia en español, esta vez sobre las relaciones entre la vida y la obra de Musil y algunas de las corrientes psicológicas europeas con las que convivió. También se incluyó en esta mesa una ponencia que no pudo presentarse cuando estaba programada, en la que Francisco Balbuena Rivera nos habló de la influencia de las hermanas Bernays en la vida de Freud, centrándose en el supuesto affair que éste mantuvo con su cuñada. Esta ponencia suscitó un interesante debate en torno a las diferentes formas en las cuales las mujeres pueden ser incluidas en la historia de la psicología y sobre si todas son o no igual de válidas.

Por la tarde se presentaron más ponencias sobre historia de los sistemas teóricos en psicología. José María Gondra nos presentó la faceta de profesor de historia de la psicología que ejerció el conocido neoconductista Edward C. Tolman, mostrando para ello los contenidos del curso de historia de la psicología que éste impartió en la universidad de California en el año académico 1922-1923. Este curso nos llamó la atención por la importancia que le concedió a toda la historia intelectual anterior a la formación de la psicología institucional en el siglo XIX. David O. Clark trató de resucitar a Pavlov y las contribuciones que este autor ha tenido para la psicología más allá de sus conocidos aportes sobre el condicionamiento reflejo. Noemí Pizarroso presentó los resultados de su primer análisis del volumen VIII de Encyclopédie française, dedicado a la psicología, del cual se hizo cargo el psicólogo Henri Wallon.

Como culminación del evento, Enrique Lafuente presento su «asedio» a su maestro José Luis Pinillos. El suyo fue un abordaje con un estilo poco habitual, no tan centrado en la dimensión institucional y teórica de su figura, sino más basada en la experiencia personal que compartió con él. Fue una conferencia agradable y distendida que tocó diversos aspectos de la vida y la obra de Pinillos, como su experiencia en la guerra o su sentido del humor. Pretendía homenajear a su maestro y acabó siendo homenajeado él mismo, por sorpresa. Fue objeto y espectador de un emotivo video en el que muchos de sus compañeros y amigos contaron anécdotas vividas con él.

Al final, la salida en tropel de los usuarios de la plataforma provocó una sucesión caótica de cambios en la pantalla y en el sonido, casi como si la propia estructura de la realidad en la que llevábamos viviendo tres días comenzara a resquebrajarse. A muchos el final del simposio nos encontró en nuestro propio hogar, a cuya vida cotidiana nos reincorporamos con el aturdimiento propio de esta época de cambios bruscos en la que vivimos, en la que los cambios se suceden repentinamente unos a otros a distancia de un clic, ya sin mediaciones, sin paseos de vuelta a casa, que los suavicen.